2. La vendimia jerezana
En otra ocasión, a los jóvenes del lugar les dio por buscar minerales. De todos es sabido, incluso en la actualidad, que hay muchas posibilidades de que en los montes de la Serranía de Ronda haya diversos minerales que podrían llegar a formar interesantes vetas, algunas de las cuales podrían ser comercializadas. Falta encontrarlas y a esta difícil tarea se dedicaron por grupos los muchachos de aquel tiempo. Francisco Tomás se unió a Diego Carrasco, de su misma edad, y ambos subieron decididos hasta unos pedregales. La fuerza joven, la decisión de hacer algo importante, el deseo de ser útiles y, sobre todo, la ilusión con que emprendieron la tarea dio como resultado que desde primeras horas de la mañana hasta bien entrada la noche, se dedicasen a la ruda tarea de encontrar platino —éste era el mineral que buscaban—, y tan ensimismados estaban en su labor que ni se acordaron de almorzar ni cenar, volviendo a sus casas con la alforja en las mismas condiciones en que partieron.
Naturalmente, no encontraron el platino que buscaban. Pero aquel pedregal duro como el entorno que le rodeaba, dio un fruto insospechado; del boquete que Francisco y Diego abrieron empezó a salir agua en tanta abundancia que los propietarios de aquellas tierras decidieron construir un pozo y servirse del líquido elemento. Todavía hoy se conserva el pozo y todavía también sigue dando agua a sus propietarios. Es conocido por “el pozo del Nevado”, por llamarse así la familia propietaria del terreno.
EL SERVICIO MILITAR

Como a todo joven, le llegó la edad de hacer el Servicio Militar o como antes se decía, «servir al Rey». Diego, el buen padre de Francisco, pensó en librar a su hijo, ya que por aquel entonces podía hacerse pagando unos miles de reales a cambio de evitar que el hijo primogénito tuviese que estar fuera de casa tanto tiempo; y, aunque Diego no era rico ni mucho menos, pensó que con un poco de sacrificio por parte de todos los miembros de la familia, merecía la pena retenerlo en casa. En Diego, aparte de su deseo de no separarse de su hijo, estaba también la duda de que Frasquito pudiese desenvolverse con soltura en un ambiente extraño al suyo, dada la natural cortedad del joven.
Pero Francisco tenía otros planes. Dejó que sus padres hiciesen todas las cábalas necesarias, pero cuando le llegó la hora de exponer su opinión, tras agradecer a su padre los desvelos que pensaba hacer para evitarle el «servir al Rey», dijo:
— Le pido, padre, que no me impida ir a cumplir mis deberes con la Patria. Quiero correr la suerte de mis demás compañeros de quinta. No quiero que, por librarme yo, otro muchacho a quien no conozco tenga que sufrir el destino reservado a mí.
Y Francisco fue al servicio militar que cumplió a la perfección y con el beneplácito de todos sus jefes, en el Regimiento Pavía 50, de guarnición en Málaga. Y de ello da fe el escrito que el coronel del Regimiento firmó certificando el buen comportamiento del soldado Francisco Tomás Márquez Sánchez.
SUS HERMANOS

Hasta ahora sólo hemos hablado de Francisco Tomás. Pero no fue sólo en la casa, naturalmente; tuvo otros tres hermanos, que fueron Juan Miguel, Diego y Maria Teresa. De todos ellos, el único que dejó descendencia fue Diego, ya que Juan Miguel, siendo soldado, murió en la guerra de Cuba y Maria Teresa, la menor, murió de edad avanzada en Ronda, donde residía, soltera y cuidando a dos sacerdotes de la familia.
Hija de Diego es Jerónima Márquez Lobato, sobrina de Francisco Tomás, que es la que nos cuenta la mayoría de las cosas que hasta ahora se han publicado en este documento.
Es importante recordar aquí que, como en todos los pueblos pequeños ocurre, todos sus habitantes están emparentados de una u otra forma. Lo mismo sucedía en tiempos en que Francisco Tomás no había abrazado aún la religión para retirarse del mundo.
Por cierto que desde pequeño —y parece que damos un salto atrás aunque no es más que para una anécdota digna de reseñar—, tuvo dificultades para hacer amistades con otros niños de su edad, dificultades que continuaron en su juventud. Y no era por el mal carácter o por falta de compañerismo. Era simplemente porque no permitía que en su presencia se dijesen palabras o expresiones feas y malsonantes. Era la única condición que ponía para llegar a ser un buen compañero de juego. Y los niños de entonces, como desgraciadamente los de ahora, no sabían hablar tres palabras seguidas sin soltar uno de esos «tacos» que no vienen a cuento, pero que sí hiere el oído de quienes están próximos a ellos.
TRABAJANDO EN JEREZ
El joven Francisco, para aumentar el salario familiar dentro de sus posibilidades, aprovechaba la ya famosa vendimia jerezana para irse con algunos compañeros del pueblo a trabajar «en lo que saliera». Y lo que salía, claro, era trabajar precisamente en la vendimia. Eran dos o tres meses de duros trabajos, pero durante los cuales ahorraba un importante dinerillo que pasaría a engrosar las arcas familiares, para unos meses de mayor tranquilidad económica.
El regreso de la vendimia era siempre motivo para discusiones amistosas entre los hermanos. Al parecer, era Francisco el que «administraba» el dinero común que ganaban él y su hermano Diego. Su carácter más serio, más introvertido, le hacían merecedor al «cargo» de administrador de los ahorrillos. Pero Francisco, que en Jerez administraba muy bien, en cuanto llegaba al pueblo perdía las dotes de administrador, ya que distribuía todo lo que traía en los bolsillos entre los más necesitados, quedándose él sin una sola moneda. Hasta tal punto llegó que su hermano, muy enfadado le dijo un día:
— A partir de ahora, yo administraré mi dinero y tú el tuyo. Hay que estar tonto para estar trabajando duro durante tres meses y después repartir todo lo que has ganado sin aprovecharte tú de lo tuyo. Para eso, mejor valdría que no fueras a trabajar.
— Es que si me quedo en casa —le respondió Francisco—, no podré reunir el dinero que luego necesito para darlo a los más necesitados.
Y ahí terminó la discusión. Nadie convenció a Diego de que su hermano no estaba un poco loco y, desde ese año, cada uno guardaba su dinero.
Pero no era sólo dinero lo que repartía el joven Francisco. Regresaba un día del trabajo diario y a todos los del pueblo y especialmente en su casa sorprendió que llegase con los pies sangrando y sin alpargatas. Todos pensaron en un principio que había tenido un mal encuentro, pero la situación la dejó aclarada en seguida el propio interesado:
— Es que he visto a un hombre mayor caminar sin alpargatas, y le he dado las mías. ¿Para qué las quiero yo?
Así era siempre Francisco Tomás, el joven que ya pensaba en hacerse sacerdote, sin saber todavía que antes había de pasar muchos años para que viese cumplido su deseo.
RETIRARSE A ORAR
Francisco —ya lo hemos dicho varías veces— era muy católico. Desde pequeño lo fue y con el tiempo su devoción por las cosas sagradas iba en aumento. Y, para rezar, se recogía sobre sí mismo de tal forma que, durante el tiempo de oración, jamás consintió ser molestado. Hasta tal punto llegó su recogimiento que para rezar salía de su casa, se retiraba a un campo cercano y, con una gran piedra como reclinatorio y el cielo como altar, elevaba sus oraciones a Dios, con el que hablaba continuamente como si de un miembro más de la familia se tratara. Y a veces parecía como si Dios le contestara y le consolara de sus posibles problemas juveniles, pues una sonrisa se desprendía de sus labios, pugnando por escapar pero aguantada para que nadie pensara que estaba loco.
Desgraciadamente, el lugar que Frasquito utilizaba más frecuentemente para rezar no nos fue posible conocerlo en nuestro viaje a Alpandeire, pues, aunque algunos señalaban uno específico, otros decían que no era allí y sí en el lado opuesto del pueblo. Lo que quiere decir a nuestro entender que no escogía un sitio fijo, si no que buscaba el sitio más tranquilo en el momento en que iba a iniciar sus oraciones. Y que no tenía preferencia por ninguno en especial. Él sabía que Dios le escuchaba en todas partes, que no necesitaba un lugar fijo.
Estando ya en edad de dar consejo a los más jóvenes que él —y él era un chaval de poco más de veinte años—, a todo el que le quería oír le decía que lo único importante era rezar.
— Pide a Dios lo que quieras y cuéntale tus cosas. El siempre te escucha, nunca se cansa, siempre da la solución.