7. «Aquí tienes mi cuello»

Otra característica de su vida fue el respeto absoluto que tenía para con sus superiores, que para él lo eran los demás frailes del convento, porque se enorgullecía en servir a todos y en atender a todos hasta las últimas fuerzas. Ya hemos dicho que no salía del convento sin recibir la bendición del padre guardián o de quien, en su ausencia, estuviese delegado por el mismo. Al regreso al convento volvía a solicitar de nuevo la bendición. Si en ese momento se le encargaba alguna otra gestión fuera del convento, pese a ser la hora de la comida, sin descomponer el gesto volvía a salir y no regresaba hasta que la gestión estuviese concluida.

Este absoluto respeto por las leyes interiores del convento, quizá fue lo que motivó que fray Leopoldo terminara sus días en Granada. Porque hemos de decir aquí que llevando varios años ya residiendo en la bella ciudad de la Alhambra, fue destinado de nuevo a Sevilla. No había cumplido todavía los tres meses de estancia, siendo alrededor de las tres de la madrugada llegó un telegrama urgente para uno de los frailes. Como la orden era que antes de entregarse nada a ninguno, tenía que pasar por las manos del padre guardián para que le diera el visto bueno, el bueno de fray Leopoldo dudó entre cumplir a rajatabla lo ordenado lo que indudablemente venía seguido de un despertar del padre a hora intempestiva o dejar el telegrama para la mañana siguiente. Cumplió lo ordenado y a las tres de la mañana despertó al padre guardián que dio el visto bueno al telegrama.

No se sabe si este fue el motivo, pero el caso es que días después del incidente, fray Leopoldo fue destinado de nuevo a Granada, de donde ya no volvería a salir.

OBEDIENCIA

Foto de familia de los Capuchinos de Granada (en el círculo, Fray Leopoldo)
Foto de familia de los Capuchinos de Granada (en el círculo, Fray Leopoldo)

Y junto al máximo respeto, la máxima obediencia. En una ocasión, el padre guardián se acercó para decirle:

— Después de los rezos, hermano, le espero en la puerta de la capilla. Tengo que hablar con usted.

Y fray Leopoldo esperó. Pero el padre guardián se olvidó del encargo dado, y se retiró a su celda. A las doce de la noche fueron llamados de nuevo para ir a la capilla, y el padre guardián se encontró en la puerta de la misma con fray Leopoldo, que todavía esperaba mientras los demás habían dormido cerca de cuatro horas. Al verlo, el padre recordó el encargo y humildemente se paró ante nuestro Siervo de Dios.

— Perdóneme hermano, pero se me olvidó. ¿Por qué no se retiró a descansar?

— No se preocupe padre. ¿Qué mejor sitio para esperar que la puerta de la capilla?

Pero él había sido obediente hasta el final. Le habían citado allí y allí hubiese estado hasta la tarde siguiente si el padre guardián no hubiese tenido que aparecer de nuevo.

Difíciles momentos le tocó vivir a nuestro fraile en Granada. Fueron días problemáticos en los que la paz y la convivencia se vieron altamente alteradas. Eran momentos duros para todos, y mucho más para sacerdotes y frailes. Pero a fray Leopoldo parece que no le importaba el peligro que representaba salir a la calle vistiendo el hábito, un hábito que sólo se quitó, por obediencia a sus superiores, en los tristes momentos de la guerra civil española.

Fray Leopoldo hubiese querido sellar su cristiana vida con el martirio. No lo buscaba pero lo anhelaba con todo su corazón. Claro que Dios le tenía destinado para otros más importantes fines.

Cuando pasaba por las calles granadinas y algún grupo incontrolado le veía, e iniciaban contra él la sarta de frases e insultos típicos de aquellas fechas y de todas las fechas, tales como: «os vamos a colgar», «flojo, vete a trabajar», «ardiendo no pagáis todo el mal que habéis hecho», etc., la respuesta del Siervo de Dios siempre era la misma: «Esto va bien, hermano».

Por el contrario, cuando se encontraba con personas que le debían algún favor y todas las palabras eran de aliento, de cariño, de respeto e incluso de santidad, el fraile decía: «Esto va mal hermano».

Preguntado en alguna ocasión sobre el significado de estas dos frases, aclaró que la misión del fraile era la de sufrir como sufrió Jesucristo. Entonces, todas las frases que significasen resignación, sufrimiento, eran buenas para él. Las frases que indicaban amor, no eran tan buenas, porque pocas veces en su vida tuvo Jesús palabras de cariño, de amor o de consuelo, en su duro quehacer.

TODO SALDRÁ BIEN

Una joven recién casada que conocía muy bien a fray Leopoldo, había perdido el hijo que esperaba al cuarto mes de su concepción. Al cabo del tiempo concibió otro hijo en su seno y estaba ya de dos meses. En ninguna de las dos ocasiones comentó nada con nadie, y mucho menos con fray Leopoldo. Ella consideraba que el hecho era tan corriente que no merecía la pena ir diciéndolo. De ahí que las dos noticias la sabían sólo marido y mujer.

Cuando estaba en el segundo mes de este segundo hijo, llamó por teléfono a fray Leopoldo, pidiéndole que rezase sus tres avemarías, encomendadas con especial cariño «por un gran favor» que necesitaba de Dios.

El hermano capuchino, contestó a la joven:

— No se preocupe que las rezaré en cuanto cuelgue el teléfono. Y tenga por seguro que esta segunda vez saldrá bien lo que tanto espera.

La joven quedó sorprendida de que el Siervo de Dios conociese su embarazo, e incluso tuviese noticias del primero que, repetimos, no lo había confiado a nadie. Lo cierto es que el segundo parto se dio con toda felicidad para madre y para hija.

CONFESION DE FE

Fiesta conmemorativa en 1.944 del Beato Diego (Fray Leopoldo, de pie, entre dos Obispos Capuchinos)
Fiesta conmemorativa en 1.944 del Beato Diego (Fray Leopoldo, de pie, entre dos Obispos Capuchinos)

Decíamos antes que vivió momentos difíciles. En uno de esos momentos se produce el hecho que ahora comentamos:

Pasaba fray Leopoldo por una de las calles granadinas, cuando al doblar una esquina tropieza con una turba de manifestantes que daban gritos contra todo lo que olía a religión. Naturalmente, al ver al hermano, los insultos contra su persona aumentaron, siendo de todos los colores. De entre el grupo, sobresalió una voz más alta que las demás que dijo bien fuerte:

— Prepárate fraile, porque te vamos a cortar el cuello.

— Si es por confesar mi fe católica y mi estado de fraile capuchino, aquí lo tienes. Y mientras esto decía, fray Leopoldo mostraba al irascible individuo su cuello, dándole vía libre para que lo cortase de un tajo.

El hombre se arredró. Los gritos bajaron de tono y pocos minutos después la calle estaba en completo silencio. Los manifestantes hicieron paso a fray Leopoldo, que se alejó de allí con el paso tranquilo de siempre y repitiendo su frase: «Esto va bien, hermano, esto va bien».

RESPETO A LA MUJER

Otra de las cosas que fray Leopoldo sentía era un enorme respeto por la mujer, en todos los aspectos. Respeto que se traslucía en su trato con ellas o en su hablar de ellas. Un día, cumpliendo con su deber de limosnero, llegó a una casa habitada sólo por una mujer de mediana edad. El era ya muy mayor. La mujer, ante la petición de limosna, le dijo:

— Pase usted hermano, que veré que puedo darle.

— No señora. Yo espero aquí.

Como comprendiese la señora que el fraile no quería poner en entredicho su virtud, le contestó:

— Vamos hermano, pase sin miedo, que usted ya es demasiado mayor para ciertas cosas.

— Señora, el corazón y los ojos siempre son jóvenes.