5. Su ingreso en el convento

Otro vecino de Alpandeire, del que sentimos no recordar su nombre, nos cuenta otros hechos. Él no conoció a Frasquito Tomás porque es algunos años más joven, pero sí oyó a sus padres referir cosas de él y de lo bueno que era aún siendo niño.

— Mire usted; yo, como mis padres me lo decían, empecé a pensar que fray Leopoldo era un santo. Y como a un santo le rezo siempre que necesito algo. Por ejemplo, cuando se me pierde algo, cosa que sucede con mucha frecuencia porque soy muy descuidado, enseguida rezo un Padrenuestro a fray Leopoldo y ¿querrá usted creer que enseguida aparece lo que sea? Pues sí, señor, aparece.

OTROS DOS VIAJES

Pero volvamos a sus viajes. En otras dos ocasiones estuvo fray Leopoldo en Alpandeire. La primera de ellas llegó también andando, como la primera vez, pero la vuelta la hizo — a regañadientes— en coche, porque un familiar suyo se opuso a que regresara andando otra vez hasta Ronda. De la tercera vez que estuvo en el pueblo, al parecer le dieron dinero para que viajara en primera en el tren, pero él viajó en tercera clase, — aquella heroica tercera clase de los trenes antiguos—, y la diferencia la entregó a su tía para calmar algunas necesidades familiares.

INGRESA EN EL CONVENTO

Escrito de puño y letra de Fray Leopoldo en el que confirma su profesión solemne
Escrito de puño y letra de Fray Leopoldo en el que confirma su profesión solemne

Hay que desandar un poco el camino. Hemos contado cosas sucedidas en Alpandeire siendo ya fraile e incluso después de muerto, pero hay que volver al día jubiloso para él y triste para su familia en que desde Ronda partía para el convento de Capuchinos de Sevilla, donde ingresó.

Hasta Ronda le acompaña su hermano Diego que se funde con él en un desesperado abrazo. Después, el tren inicia su marcha, lentamente al principio, como intentando que tarde más la separación de los hermanos. Al fin se pierde de vista la estación y algunas horas después llega a Sevilla, ¡su primera meta tantas veces soñada!, ¡su primer contacto con un mundo hasta ahora desconocido y que pasado el tiempo iba a conocer tan bien a través de sus andanzas como hermano limosnero! Claro que Sevilla no conocería bien a fray Leopoldo, porque el destino le tenía reservada Granada para su labor.

Ya en Sevilla se dirige rápidamente al convento de Capuchinos, donde en el modesto locutorio espera la llegada del maestro de novicios fray Diego de Valencina que tras una breve entrevista le invita a traspasar la puerta de la clausura. Rápida visita al sagrario e inmediatamente le conducen a su celda, donde le dejan solo tras darle concisas instrucciones.

En la celda que había de ocupar, nos cuenta fray Ángel de León en su libro «Mendigo por Dios», solo hay «una mesa modestísima con su taburete, un palanganero de hierro, una cama que dejaba adivinar su dureza y sobre la cabecera, pendientes del muro, dos toscos maderos formando una cruz. Francisco volvió la vista hacia la cruz y cayó de rodillas con el rostro entre las manos. Fue el adiós del corazón, el último, a lo que más le ataba de cuanto había dejado. Y fue el abrazo decisivo con la cruz».

Sólo han pasado unas horas desde su salida del pequeño pueblo que le viera nacer. Y sin embargo, parece que hubieran pasado siglos. Todo ha pasado para Francisco, que encierra en lo más hondo de su corazón la tristeza que le embarga y se dispone a disfrutar la vida de hermano capuchino. Una vida nada agradable a veces, desde la óptica de las muchas dificultades por las que va a pasar en sus recorridos continuos por la provincia granadina, limosnero de Dios para ayudar a los más necesitados.

En Alpandeire, una madre que llora, rápidamente envejecida por el sufrimiento que representa el haberse separado para siempre de su hijo, pese a que en su corazón de cristiana ferviente se siente agradecida al Todopoderoso por haber consentido que Francisco cumpliera su mayor deseo. El padre regresa a casa más cansado que nunca. El trabajo ha sido el mismo, pero pesa también sobre él la dura losa de la marcha del hijo primogénito, en su doble vertiente de hijo amantísimo y respetuoso y de un compañero en las duras tareas del campo. Antonia, la novia de Francisco, aún cree posible que vuelvan a llamar a la puerta y al abrir aparezca el rostro siempre sonriente del ser amado, que vuelve para cumplir con ella todos los deseos que durante los tres años de noviazgo se han contado.

LA PROFESIÓN

Pero Francisco, que ha llorado la pérdida de todos, está ya en su convento sevillano, en ese convento donde, finalizados los meses de postulante, que le fueron abreviados en atención a los años que pacientemente esperó ser llamado y a los óptimos informes recibidos, se realiza su ingreso en el noviciado, que tuvo lugar a las diez de la mañana del día 16 de noviembre de 1899 en la capilla que había sido celda del beato Diego José de Cádiz. Y, cumplido el año de prueba que supone el noviciado, tiene lugar la profesión cheap levitra uk. Fray Leopoldo, de rodillas, emite los tres votos de pobreza, castidad y obediencia. Tenía treinta y seis años.

REGANDO EL HUERTO

Naturalmente, dados los conocimientos que sobre el campo tenía fray Leopoldo, inmediatamente lo destinaron como ayudante del hermano hortelano. Y como tal fue reclamado desde el convento de Antequera, donde hacía falta un hortelano. Una noche, cuando la comunidad se levanta para el rezo de la media noche, se escucha ruido en el huerto. Cunde la voz de alarma: «ladrones en nuestro pequeño huerto», y cada cual fue a disponer la defensa tal y como se la citaba su conciencia. Fue el padre superior quien, echándole valentía al asunto, salió a una ventana, con una escoba a guisa de escopeta, e intimó a los ladrones a que se rindieran.

Una voz, respetuosa pero con un deje leve de divertida, respondió a la invitación de rendición:

— Padre Guardián, soy yo fray Leopoldo, que estoy regando la huerta.

TRASLADO A GRANADA

Antiguo convento de los Capuchinos de Granada
Antiguo convento de los Capuchinos de Granada

Y de Antequera, un buen día sale destinado hacia Granada. No le sorprende el cambio. Sabe que los frailes tienen entre sus obligaciones, que estar siempre preparados para los habituales traslados de residencia. No sabe cuánto tiempo estaría en Granada. No sabe que es en Granada donde le espera su gran obra, obra que empezó hace muchos años y que aún hoy está incompleta como veremos más adelante.

Granada iba a ser su gloria y su cruz. La primera, porque en ella haría su gran labor en favor de los humildes; en ella sería reconocido como santo desde mucho antes de su muerte y en ella contaría con la admiración de las gentes de todas las clases sociales. La segunda, porque en Granada tendría también ataques, momentos amargos, duros, que sólo él conoció, porque ni los aplausos en los buenos momentos ni las pesadumbres en los malos, los dio a conocer a nadie, guardando para sí y para Dios todos sus sacrificios.

TODO POR AMOR DE DIOS

El lema de nuestro siervo de Dios fue hacer todas las cosas y pedirlo todo «por el amor de Dios». Un buen día llegó a uno de los muchos pueblos de la provincia granadina donde tenía que cumplir con su misión de mendigar. Allí, en la plaza, uno de los caciques rodeado de su gente, de su corte de aduladores. Viendo a fray Leopoldo, el cacique le llamó:

— Eh tú; ven aquí, ¿qué haces?

— Pido una limosna por el amor de Dios.

— Pues yo te doy un duro, nada menos que un duro, pero no por el amor de Dios, sino porque me da la gana dártelo. ¿Pasa algo?

— Sí; que puede usted guardarse su duro, porque yo no acepto nada que no venga dado por amor de Dios.

Pueden imaginarse la rabia contenida del cacique pueblerino. Cuando parecía que estaba a punto de estallar en improperios contra el pobre limosnero, otro hombre del pueblo, que llevaba un burro cargado de cosas de la huerta, se acercó al fraile:

— Hermano, ¿me aceptaría usted un montón de guisantes por el amor de Dios?

— Claro que sí. Encantado.

Y uniendo la acción a la palabra, tomó uno de los guisantes, los sacó de la vaina y se lo echó a la boca. El fraile se llevó sus guisantes, y el cacique tuvo que volver a guardarse el duro en el bolsillo del chaleco.