Epílogo de la edición digital

Estas notas finales ya no corresponden al serial. No podía, de todas formas, dejarlo en un final contado hace 30 años. Debía, así lo entiendo y por respeto a quienes tengan la virtud de leerme, actualizarlo en lo posible. Y lógicamente debo finalizar acercándome en algo a la fecha feliz del día 12 de septiembre del año de gracia 2010. Una fecha en la que es de suponer que miles y miles de personas se acerquen hasta Granada desde todas las partes de Andalucía y de España para estar presente en la beatificación del “hermanico”. Y, por supuesto, serán muchos cientos los malagueños que irán hasta Granada a honrar al nuevo beato, hijo de la localidad malagueña de Alpandeire.
La beatificación es una declaración, hecha por el Papa como cabeza de la Iglesia, de que un siervo de Dios vivió una vida de santidad. Es una sentencia no definitiva, que tiende a la canonización. La beatificación permite que se tribute al nuevo beato un culto público de veneración con ciertas limitaciones, ya que la veneración universal está reservada exclusivamente para los santos ya canonizados.
En la práctica, el proceso de beatificación involucra una gran variedad de procedimientos y participantes: promoción por parte de quienes consideran al candidato digno de la beatificación; tribunales de investigación de parte del obispo o de los obispos locales; procedimientos administrativos por parte de los funcionarios de la congregación; estudios y análisis por los asesores expertos; disputas entre el promotor de la fe (lo que antes se denominaba “abogado del diablo”) y el abogado de la causa (algo comparable al fiscal y al defensor en los juicios civiles); consultas con los cardenales de la congregación, etc acheter xenical. Pero en todo momento, únicamente las decisiones del Papa tienen fuerza de obligación; él sólo posee el poder de declarar a un candidato merecedor de la beatificación (o canonización en su caso).
Por lo tanto, antes de la beatificación hay varios procesos. Primero se examina por años la vida, virtudes, escritos y reputación de santidad del siervo de Dios que está en consideración. Este proceso generalmente es conducido por el obispo del lugar donde el candidato vivió o murió.
Cuando el primer proceso revela que el siervo de Dios practicó las virtudes en un grado heroico, puede comenzar el segundo proceso, llamado Apostólico, que está a cargo de la Congregación para la Causa de los Santos (uno de los dicasterios que ayudan al Papa).
Luego viene el Juicio de ortodoxia, y la fase romana, que es donde comienza la verdadera deliberación. La beatificación es, pues, una primera respuesta oficial y autorizada del Santo Padre a las personas que piden poder venerar públicamente a un cristiano que consideran ejemplar, con la cual se les concede permiso para hacerlo. La fórmula se dice precisamente en respuesta a la petición hecha por el obispo de la diócesis que ha promovido el proceso. La beatificación no impone nada a nadie en la Iglesia. Pide, eso sí, el respeto que merece una decisión del Papa, y el que merece la piedad de los hermanos cristianos. Por esto la memoria de los beatos no se celebra universalmente en la Iglesia, sino solamente en los lugares donde hay motivo para hacerlo y se pide. Incluso en estos casos, excepto cuando se trata del fundador de una congregación, o de un patrono, o de la Iglesia donde está enterrado, la memoria es siempre libre y no obligatoria, para respetar el carácter propio de la beatificación.
Durante la ceremonia de beatificación se promulga un auto apostólico, en el cual el Papa declara que el siervo de Dios debe ser venerado como uno de los beatos de la Iglesia. Tal veneración se limita, sin embargo, a una diócesis local, a una región determinada, a un país o a los miembros de una determinada orden religiosa. Pero la última meta –la canonización— le queda aún por alcanzar. El Papa simboliza este hecho al no oficiar personalmente en la solemne misa pontificia con que concluye la ceremonia de beatificación. Sólo oficia la de canonización que preside personalmente en la basílica de San Pedro, expresando con ello que la declaración de santidad se halla respaldada por la plena autoridad del pontificado.
Todo este largo proceso, que en el caso de fray Leopoldo ha durado alrededor de 45 años, ha demostrado también de forma oficial y no solamente a nivel de fieles, la santidad de nuestro venerable fray Leopoldo, el “limosnero de Dios”, el pequeño gran hermano lego capuchino nacido en la provincia de Málaga, y que durante tantos años recorrió las calles granadinas pidiendo una limosna “por el amor de Dios” y que falleció en Granada en olor de santidad.
Sirva este serial y estas notas al margen como claro reflejo de mi sentimiento y admiración como fiel creyente ante la figura, la vida y la obra del que en el siglo se llamó Francisco Tomás Márquez Sánchez y que a partir de ahora será siempre recordado y venerado como Beato Leopoldo de Alpandeire.
AMEN.